viernes, 5 de septiembre de 2008

Testimonio del 17 de Octubre:

TESTIMONIOS DEL 17 DE OCTUBRE DE 1945

Raúl Scalabrini Ortiz escribió:

Corría el mes de octubre de 1945. El sol caía a plomo sobre la Plaza de Mayo, cuando inesperadamente enorme columnas de obreros comenzaron a llegar. Venían con su traje de fajina, porque acudían directamente desde sus fabricas y talleres. No era esa muchedumbre un poco envarada que los domingos invade los parques de diversiones con hábitos de burgués barato. Frente a mis ojos desfilaban rostros atezados, brazos membrudos, torsos tornidos, con las greñas al aire y las vestiduras escasas cubiertas de pringues, de restos de brea, de grasas y de aceites.
Llegaban cantando y vociferando unidos en una sola fe. Era la muchedumbre mas heteróclita que la imaginación puede concebir. Los rastros de sus orígenes se traslucían en sus fisonomías. Descendientes de meridionales europeos iban junto al rubio de trazos nórdicos y al trigueño de pelo duro en que la sangre de un indio lejano sobrevivía aun.
El rió cuando crece bajo el empuje del sudeste disgrega su masa de agua en finos hilos fluidos que van cubriendo los bajíos con meandros improvisados sobre arena, en una acción tan minúscula que es ridícula y desdeñable para el no avezado que ignora que ese es el anticipo de la inundación. Así avanzaba aquella muchedumbre en hilos de entusiasmo, que arribaban por la Avenida de Mayo, por Balcarce, por la Diagonal,...
Un pujante palpito sacudía la entraña de la ciudad. Un halito áspero crecía en densas vaharadas, mientras la multitud continuaban llegando. Venían de las usinas de Puerto Nuevo, de los talleres de Chacarita y Villa Crespo, de las manufacturas de San Martín y Vicente López de las fundiciones y acerias del Riachuelo, de las hilanderías de Barracas. Brotaban de los pantanos de Gerli y Avellaneda o descendían de las Lomas de Zamora. Hermanados en el mismo grito y en la misma fe, iban el peón de campo de Cañuelas y el tornero de precisión, el fundidor, el mecánico de automóviles, el tejedor, la hilandera y el empleado de comercio. Era el subsuelo de la patria sublevado. Era el cimiento básico de Nación que asomaba, como asoman las épocas pretéritas de la tierra en la conmoción del terremoto. Era el substrato de nuestra idiosincrasia y de nuestras posibilidades colectivas allí presente en su primordialidad sin reatos y sin disimulo. Era el de nadie y el sin nada, en una multiplicidad casi infinita de gamas y matices humanos, aglutinados por el mismo estremecimiento y el mismo impulso, sostenidos por una misma verdad que una sola palabra traducía.
En las cosas humanas el numero tiene una grandeza particular por si mismo. En ese fenómeno majestuoso a que asistía, el hombre aislado es nadie, apenas algo mas que un aterido grano de sombra que a si mismo se sostiene y que el impalpable viento de las horas desparrama. Pero la multitud tiene un cuerpo y un ademán de siglos. Éramos briznas de multitud y el alma de todos nos redimía. Presentía que la historia estaba pasando junto a nosotros y nos acariciaba suavemente como la brisa fresca del rió.
Lo que yo había soñado e intuido durante muchos años, estaba allí presente, corpóreo, tenso, multifacetado, pero único en el espíritu conjunto. Eran los hombres que están solos y esperan que iniciaban sus tareas de reivindicación. El espíritu de la tierra estaba presente como nunca creí verlo.
Por inusitado ensalmo, junto a mi, yo mismo dentro encarnado en una muchedumbre clamorosa de varios cientos de miles de almas, conglomeradas en un solo ser univoco, aislado en si mismo, rodeado por la animadversión de los soberbios de la fortuna, del poder, y del saber, enriquecido por las delegaciones impalpables del trabajo de las selvas, de los cañaverales, traduciendo en la firme línea de su voz conjunta su voluntad de grandeza, entrelazando en una sola aspiración simplificada la multivariedad de aspiraciones individuales o consumiendo en la misma llama los cansancios y los desalientos personales, el espíritu de la tierra se erguía vibrando sobre la plaza de nuestras libertades, pleno en la confirmación de su existencia.
La substancia del pueblo argentino, su quinta esencia de rudimentarismo estaba allí presente, afirmando su derecho a implantar para si mismo la visión del mundo que le dicta su espíritu desnudo de tradiciones, de orgullos sanguíneos, de vanidades sociales, familiares o intelectuales.
Estaba allí desnudo y solo, como la chispa de un suspiro: hijo transitorio de la tierra, capaz de luminosa eternidad.-


Y Evita hablaba así desde los balcones de la Casa Rosada el 17 de Octubre de 1949: “ A todos ustedes, que comprendieron en la hora decisiva que peligraba el destino de la Patria y que jugaron su vida para que triunfara la justicia, a ustedes que rescataron al Coronel Perón de las garras del odio y con amor encendieron el impulso y alientan todavía su fuerza aglutinante que transformo la Patria con asombro del mundo.
Es el amor de ustedes el que floreció en el rescate hace cuatro años. Hace cuatro años desde este mismo balcón, bajo este mismo pedazo de cielo y frente a esta misma multitud de pueblo, se consagro un hombre, nuestro querido Coronel Perón. Hoy, y por siempre sea, vuelve a vivirse la jornada gloriosa, que queda incorporada a la historia de la Patria como clásica definición de la argentinidad.
Este es el origen puro de nuestro líder. Es necesario decirlo y destacarlo. No surgió de las combinaciones de un comité político. No es producto del reparto de las prebendas. No supo, no sabe, ni sabrá nunca de las conquistas de las voluntades, sino por los caminos limpios de la justicia.
Esa es la raíz de la razón de ser del 17 de Octubre. Esa es su partida de nacimiento. Nació de los surcos, en las fabricas y en los talleres. Surge de lo mas noble de la actividad nacional. El 17 de Octubre, mis queridos descamisados, no es una aspiración, es un canto hecho ya realidad”.

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